martes, diciembre 08, 2009


Bienvenidos al Cabo de Buena Esperanza.

Exploradores, marineros rudos, fuertes, esperanzados, que viajaban con barriles cargados de deseos embriagadores, que luchaban contra ballenas gigantes y se acobardaban ante sirenas evocadoras de dulces melodías. Velas, harapos rotos en tempestades, olor a salitre en viejas bodegas inclinadas con el baibén de las olas. Barba de varios días, camisa descamisada, pantalones manchados de brea y sueños en la cabeza... muchos sueños.

Puestas de sol, catalejos y viejas gaviotas cansadas reposando en mástiles carcomidos por la polilla. Orgullo, piedad, espadas oxidadas y ojos tristes.

A lo lejos, un peñasco. Un trozo de tierra abrazando el mar, un acantilado que saluda al recién llegado, que le susurra entre las olas, el viento y las gaviotas.

Viejas esperanzas, largos viajes buscando el horizonte finito del mundo, duras batallas contra un mar bravo y salvaje, indomable... pero finalmente dominado. Hombres que recorrieron medio mundo y que mantuvieron la esperanza.

Tiempo pasó ya de aquellos viejos navegantes de compás y astrolabio, pero algunos de nosotros todavía guardamos la esperanza de volver a sentir como ellos sentían la nostalgia de viajes inolvidables.