sábado, marzo 13, 2010


Carlota era diferente. A Carlota le gustaba cerrar todos los cajones antes de irse a dormir, apretar con fuerza los ojos para memorizar algo bonito y acariciar telas en viejas mercerías, cuando nadie la veía. Para Carlota el mundo no era redondo, sino plano: al final del océano caías precipitadamente en un inmenso vacío que te catapultaba hasta el espacio.


Por las mañanas, Carlota se levantaba sonriente, se ponía su vestido rojo, el abrigo largo y el viejo paraguas verde y salía a la calle deseando encontrarse con algo interesante que observar.


Por las noches, dejaba su viejo paraguas, colgaba el abrigo, se quitaba el vestido y abría su cuaderno por la página 10. Leía aquella frase, sonreía, preparaba una taza de leche y se acostaba cuando todavía la calle era un hervidero de gente.


Carlota no tenía muchos amigos, porque en grandes grupos decía perderse en la maraña de conversaciones. Prefería las distancias cortas, el cara a cara, los susurros en una butaca de cine a medianoche, un café en penumbra, la sensación de ser escuchada con atención.


Tenía muchos sueños, demasiados quizás, y prefería ver la vida en sí misma como un sueño que no sufrir, como hacían los demás. Soñaba con una vieja casa, que, como si hubiese sido hecha de papel, se mecía con el viento amenazando con venirse abajo. Su casa, inhundada de cajas de latón esmaltado y de periódicos amarillentos. Soñaba también con fotografías antiguas de gente que nunca llegó a conocer, con lágrimas nunca derramadas, con historias y leyendas demasiado poco creíbles para los demás.


Para Carlota no había blanco y negro, todo era gris, el gris del mar en días de tormenta, el gris del barro de los charcos, el de un amanecer cargado de niebla, el de las palomas mensajeras, el del papel fotográfico estampado...


Carlota, la incomprendida. Pero Carlota era feliz.


Y seguía soñando con encontrarle entre la maraña de gente que bajo sus abrigos y bufandas caminaba apresurada hacia destinos inciertos. Sería fácil reconocerlo, sería la única persona que caminaría en el otro sentido.