A veces apetece saludar al cielo sabiendo que nadie te va a responder...
martes, mayo 22, 2007
sábado, mayo 12, 2007
Hay días en que ni la brisa acariciando las hojas de los árboles puede conseguir dibujarte una sonrisa. Pero bajo el manto de hojas secas que cubre el suelo del otoño siempre hay vida, minúscula quizás, pero repleta de sensaciones. Sensaciones como las que recorren una estación de tren al atardecer. Esa luz... que vuelve los rostros dorados, que ilumina el rincón oscuro de tu alma hasta que sientes agonizar el sol bajo los grises edificios. No hay poesía tras ellos, tan sólo la soledad de quien se cobija entre sus muros. La fría piedra también esconde secretos de quien vivió sin vivir, de quien decidió levantarse siempre con las mismas penas, recorriendo la colina del desaliento sin más equipaje que sus lágrimas. Ese dolor que atraviesa el alma, una y otra vez, hasta que estalla en mil pedazos... mientras tú lloras desconsolado... y las estrellas se van dibujando lentamente en el cielo. Y allí, sentado en aquel banco, sientes llegar la tormenta, pero no te importa. La lluvia moja tu rostro, pero ya nada puede ser más frío que aquella maldita despedida. Gracias, gracias por haber dejado que el silencio fuese nuestro cómplice una última vez.
Puede que ya nunca te vuelva a ver, puede que la vida me lleve a una nueva encrucijada donde tenga que escoger el nuevo camino. Pero debes saber una cosa. Yo no cambiaré. Yo seguiré esperando cada noche, deseando verte girar la esquina, como tantas veces, y observarte desde nuestro banco, bajo los árboles, mientras tú te acercas...
Nada hará que eso cambie.
Hasta siempre.