jueves, agosto 30, 2007


Cuando la luna está alta, tan alta que ni los gatos negros se pueden subir a ella... entonces, y sólo entonces, la magia pide permiso para entrar en los sueños de los niños.
Pero hay niños que no tienen 9, 6 o 3 años, no. Hay niños hasta de 60, de 34 o de 81. Porque son niños de corazón, de alma si es que existe. Envejecer por fuera, sí, pero como esas frutas recién recogidas de los árboles, que aún siendo maduras, mantienen en su interior la pepita que les da la vida.
Por eso no te entiendo cuando me dices que cuando eras niño todo era más fácil. Si quieres, todavía puedes seguir siéndolo, que eso no te lo quiten nunca.
Y mañana, cuando te levantes y notes el sol en tu cara, imagínate que no estás en tu oscura habitación. Imagínate que por fin eres libre, y que ya puedes salir a la calle sin grilletes. Si te apetece saltar en un charco, hazlo. Si en pleno invierno necesitas un helado, recorre toda la ciudad pero encuéntralo. Si quieres escaparte del trabajo, coger la bicicleta y perderte por el bosque... no lo pienses dos veces.

Porque de verdad, la vida son dos días, ahora más que nunca lo sabes. Así que no esperes a coger las flores cuando ya estén marchitas.


martes, agosto 14, 2007

Hace tiempo que dejé de creer en el hombre. Es corrupto, cruel, egoísta... pero claro, eso no son más que generalizaciones. Y es fácil criticar desde el otro lado de la verja, cuando ves desde tu parcela cómo se matan entre ellos, cómo destruyen la naturaleza que les ha dado vida, cómo minan de incredulidad lo maravilloso de la vida.

Pero el otro día me volví apóstata de mis pensamientos. Estaba en un parque comiendo un bocadillo. Sí, nada especial, nada mágico. A pesar de estar en pleno mes de Agosto, la hierba estaba verde y frondosa, tímida al contacto con la brisa que mecía mi refrigerio.

Y entonces, aparecieron. En un primer momento no le di mayor importancia: eran dos chicas, una caminaba descalza por la hierba mientras la otra gesticulaba con gracia. Parecían estar manteniendo una divertida conversación. A medida que se acercaban notaba con mayor precisión los gestos de la segunda chica, ahora contestados por la primera con una sonrisa increiblemente pura.

Pero había algo que no me cuadraba, algo diferente a cualquier tipo de conversación. Y de pronto me di cuenta. El silencio. El increible silencio que reinaba en aquella conversación, donde las manos eran las únicas dueñas de la palabra.

Pasaron a mi lado como una fugaz estrella en una noche de lluvia. Reían, reían en silencio y sus miradas eran felicidad. Y sentí envidia, envidia de aquel silencio, de aquella compañía, de aquella complicidad de manos donde todo parecía ser posible.

Su presencia me condujo a su silencio, me refugié en él, sentí su caricia y me dejé llevar... Pero las chicas se alejaban, y pronto desperté de su mundo para regresar al mío.

Quise levantarme, correr hacia ellas y darles las gracias. Pero no tuve valor, o quizás preferí que todo siguiera su curso.