martes, septiembre 30, 2008


De cosas curiosas vive el hombre, y yo no iba a ser menos. El otro día, cuando iba en el asiento de atrás de un coche destino a Ponte de Lima me di cuenta de una cosa: cuando viajo siento la necesidad de hacerlo en una dirección: hacia el oeste. Sí, sonará raro, extraño... pero si viajo en contra del movimiento del sol me entra una extraña sensación en el cuerpo. Me agobio, siento incluso frustración, como si me fuese encerrando en el mundo. Puede que en parte se deba a que vivo donde las olas del Atlántico acarician la costa, o puede que se trate de una huída. Huir de la noche cuando todavía es de día, o huír de la luz del sol cuando las estrellas aún juegan a desordenarse en el firmamento.

En parte, la luz es distinta. Viajando hacia el sol, todo tiene un color brillante, luminoso, como invitándote a seguir las montañas. En su contra, todo son sombras, huidizas, bares con luces de neón y gasolineras vacías. No sé, puede que sea una conducta que huye del pasado y busca el futuro, pues a fin de cuentas, el Este ya fue; el Oeste todavía será.

Me tendré que psicoanalizar para entender este comportamiento. Se abre la veda señores.

P.D: Gracias a Juanjo por ayudarme a escoger la fotografía.

viernes, septiembre 26, 2008


Al final, lo importante en la vida es ser feliz y sonreír.
Todo lo demás, está de paso.
Gracias a todos por haberme creado agujetas en la barriga.

lunes, septiembre 22, 2008


Dicen que existimos porque alguien piensa en nosotros.

Nos creamos de emociones, de sentimientos, de pensamientos... nos formamos poco a poco, como los gusanos de seda, en su cascarón. Pero al salir al mundo, somos un pequeño lienzo en blanco, que tiene todo por escribir. Y la paleta de colores es muy amplia: rojos, azules, verdes... sonrisas, lágrimas, auténticas carcajadas. Amores, paisajes, amigos, ilusiones, deseos, sueños. Escoger un camino, seguirlo, tomar un atajo o simplemente pararse. Somos dueños de nuestras vidas, pero para vivirlas tenemos que estar con ellos. Dejar una huella, profunda, para que nos sigan recordando, incluso cuando nos vamos por caminos diferentes.

lunes, septiembre 15, 2008


Un árbol rojo meciéndose con el viento... Asomo la cabeza por la ventana, respirando con fuerza, y saco un brazo. No llueve, todavía no. Me pongo el abrigo, largo hasta los pies, y me coloco la bufanda. Cojo el paraguas y abro la puerta de la calle. Una bocanada de aire frío recorre mi cuerpo. Quizás debiera esperar... pero no, ahora es el momento.

Camino apresuradamente, bajo la atenta mirada de los cuervos que descansan en la verja de la casa. Mis pasos van formando ecos en el camino, y dejan pequeñas huellas en el barro. Debería apresurarme... Miro hacia atrás y veo cómo poco a poco la casa se hace más pequeña, y como va cambiando el paisaje. Los árboles desnudos se cierran a mi paso, como queriendo abrazarse los unos a los otros. Si, se abrazan... casi puedo sentir su aliento en mi nuca, susurros lanzados al viento, como pequeñas mariposas en días de tormenta.


De pronto, los árboles se abren y el camino se ensancha. Y la puedo ver. Allá, a lo lejos, la colina. Su color en otro tiempo verde se ha vuelto marrón, gris, el color de la tristeza de los inviernos, de la dureza del frío. Su silueta se recorta contra el cielo bruscamente, y el pequeño sendero de guijarros se abre paso hasta la cima. Una gota cae sobre mi frente y se deja ir, resbalando sobre mi nariz, hasta que salta al vacío. Una segunda gota golpea con dureza mi mano, que sujeta con fuerza el paraguas cerrado, y me produce un escalofrío. Está empezando. Debo darme prisa.

Mis pasos, antes apresurados, se vuelven una carrera, y pronto me encuentro subiendo la loma, sintiendo el latido de mi corazón desbocado, y con la única compañía de mi entrecortada respiración. Ya falta poco, unos pasos más y estaré arriba. Al fin lo consigo, y sin pensarlo, me tiro sobre la mustia hierba. Cuando recobro la respiración, me levanto y observo a mi alrededor. Las nubes negras han ido formando un muro que no deja pasar la luz del sol, y la lluvia empieza a mojarme la cara, que se encoje de frío. Abro el paraguas y me resguardo bajo él.

Entonces le veo. Situado a escasos metros de donde me encuentro, un árbol me saluda. Es grande, y a diferencia del resto, todavía conserva sus hojas. Su tronco, grueso, enredado sobre sí mismo se ancla al suelo con numerosas raíces. Las ramas se mecen con el viento y con la presión de las gotas que cada vez caen con más fuerza. Es un árbol rojo, el único. Rojas son sus ramas y sus hojas, y su tronco, en distintas tonalidades de bermellón, acompaña al resto del conjunto. Cierro el paraguas y me acerco a él. Recorro mi mano por su corteza, rugosa y fría, y me dejo caer a su lado, apoyando la espalda en él.

Busco apresuradamente en el bolsillo de mi abrigo, y saco un papel arrugado. Aquella nota escrita con letra temblorosa me trae demasiados recuerdos.

"No te olvides nunca de mí. Prometo que volveré a buscarte"

Cómo olvidarle. Aquella nota, escrita el día en que se fue, y que encontré escondida en mi escritorio. Yo no le olvidaba, no le olvido, y cada día vengo hasta aquí, me siento y le espero. Porque sé que volverá. Me lo ha prometido.

viernes, septiembre 12, 2008



Rendirse es la forma más sencilla de acabar con todo. Siempre lo dije, no creo en los que se suicidan, no creo en los que tiran la toalla, ni en los que lloran tirados sobre un manto de hojas muertas. Creo en la luz que sale después de una tormenta. Hoy volvía de desenterrar viejas ilusiones, en el asiento de atrás de un viejo coche, con la ventanilla abierta, sintiendo el viento en la cara jugando con mi pelo. Las nubes corrían veloces; el cielo, de un azul intenso, se reflejaba en el mar, un mar de septiembre, de colores oscuros, brillante, frío. Y las casas desaparecían, los edificios huían, los árboles se abrían paso y las aves danzaban sobre los acantilados. La música latía en mi cabeza, martilleando dulcemente mis emociones. Un piano... Sonrisas en mi cabeza...

Por eso no creo en las derrotas, porque hay luz además de sombras.

miércoles, septiembre 10, 2008

El origen de los avellanos...


Cuenta una leyenda irlandesa que una hermosa hada guardaba un antiguo bosque con un tesoro en su interior. Todos aquellos que se aventuraban a entrar no regresaban, pues se perdían entre sus árboles y acababan vagando sin rumbo hasta que morían. Un príncipe decidió adentrarse en él, y el hada, a cambio de que se casara con ella, le regaló un hilo para que pudiera regresar. El príncipe aceptó y encontró el tesoro, pero no cumplió su promesa. Desesperada, el hada se ahorcó de un árbol, que desde entonces da frutos dorados.



Porque las explicaciones de los que preferimos imaginar no se encuentran en los libros de ciencias.