Sólo se escuchaba el sonido de una sirena de policía perdiéndose en la lejanía. Caía un buen aguacero y la ropa se pegaba a mi cuerpo provocándome escalofríos. Entré en el callejón pisando los charcos fétidos y sucios que escupía la ciudad y abrí la vieja puerta de cristal que asomaba entre los cubos de basura. Unas luces de neón con la palabra Clover invitaban, o eso parecía, a pasar.
Pese a la oscuridad de la calle me costó mucho acostumbrarme a la atmósfera del local. A un lado, la barra "decorada" con varios vasos sucios, y que custodiaba un camarero que tiraba al aire una moneda con semblante taciturno. Al otro, las mesas se sucedían de forma caótica en un afán por romper la verticalidad y harmonía de los cuadros que decoraban las paredes.
Decidí sentarme en una mesa pegada a la pared. De esa forma tendría mayor ángulo de visibilidad y eso, teniendo en cuenta la oscuridad del local, me serviría de ayuda. El camarero, sin moverse, me preguntó qué quería. Un whiskey,respondí. Aprovechando que el camarero se daba la vuelta para preparar mi bebida me dispuse a observar a mi alrededor. Había poca gente para ser ya de noche. Un par de mesas a mi izquierda un tipo encogido jugaba a las cartas, un solitario, mientras fumaba compulsivamente un cigarro mal liado. Llevaba una cazadora de cuero que le venía demasiado grande y eso le daba un cierto aire cómico a la escena. En la máquina tragaperras un hombre de mediana edad intentaba que aquel fuese su día de gloria, pero por las patadas que le propinaba, no debía ir por buen camino. Por último, al fondo, dos personas conversaban en susurros ignorando nuestra presencia. La mujer, cincuentona, llevaba un vestido rojo que dejaba poco margen a la imaginación, desbordándosele las carnes. Con ingentes cantidades de maquillaje intentaba tapar su fealdad, lo que la hacía parecer todavía más repulsiva. El hombre que la acompañaba era más joven, delgado, atlético incluso. Iba muy bien vestido, su pantalón de pinzas, gabardina impoluta... y unos zapatos asombrosamente lustrosos, teniendo en cuenta la que estaba cayendo afuera. Algo no me cuadraba allí. Aquel joven desentonaba totalmente con el ambiente del local. Hablaba con suavidad, al contrario que su interlocutora, que dejaba escapar en alto injurias y demás lindezas filológicas mientras hacía numerosos aspavientos con las manos.
El camarero me despertó de mis cavilaciones al arrojarme, literalmente, el whiskey sobre la mesa. Tomé un trago. Aquello sabía a rayos. De pronto la puerta del local se abrió y una silueta se recortó sobre su marco. El vapor de la lluvia contra su gabardina le hacía parecer irreal. A partir de ahí, todo fue tan rápido que me cuesta describirlo. No se si fue antes el grito de la mujer o el disparo. Tengo la imagen congelada de la pistola todavía humeante en manos de aquel individuo. Debería estar acostumbrado a este tipo de cosas, a fin de cuentas, soy detective, pero aquel hombre me distrajo de tal manera que tardé en reaccionar. Cuando me di cuenta de lo sucedido salí corriendo detrás del asesino, pero nada más salir a la calle supe que aquel laberinto de callejones me haría imposible cazarle.
Entré de nuevo al local. La escena era dantesca.
(Continuará... esta vez si, prometido!)
Pese a la oscuridad de la calle me costó mucho acostumbrarme a la atmósfera del local. A un lado, la barra "decorada" con varios vasos sucios, y que custodiaba un camarero que tiraba al aire una moneda con semblante taciturno. Al otro, las mesas se sucedían de forma caótica en un afán por romper la verticalidad y harmonía de los cuadros que decoraban las paredes.
Decidí sentarme en una mesa pegada a la pared. De esa forma tendría mayor ángulo de visibilidad y eso, teniendo en cuenta la oscuridad del local, me serviría de ayuda. El camarero, sin moverse, me preguntó qué quería. Un whiskey,respondí. Aprovechando que el camarero se daba la vuelta para preparar mi bebida me dispuse a observar a mi alrededor. Había poca gente para ser ya de noche. Un par de mesas a mi izquierda un tipo encogido jugaba a las cartas, un solitario, mientras fumaba compulsivamente un cigarro mal liado. Llevaba una cazadora de cuero que le venía demasiado grande y eso le daba un cierto aire cómico a la escena. En la máquina tragaperras un hombre de mediana edad intentaba que aquel fuese su día de gloria, pero por las patadas que le propinaba, no debía ir por buen camino. Por último, al fondo, dos personas conversaban en susurros ignorando nuestra presencia. La mujer, cincuentona, llevaba un vestido rojo que dejaba poco margen a la imaginación, desbordándosele las carnes. Con ingentes cantidades de maquillaje intentaba tapar su fealdad, lo que la hacía parecer todavía más repulsiva. El hombre que la acompañaba era más joven, delgado, atlético incluso. Iba muy bien vestido, su pantalón de pinzas, gabardina impoluta... y unos zapatos asombrosamente lustrosos, teniendo en cuenta la que estaba cayendo afuera. Algo no me cuadraba allí. Aquel joven desentonaba totalmente con el ambiente del local. Hablaba con suavidad, al contrario que su interlocutora, que dejaba escapar en alto injurias y demás lindezas filológicas mientras hacía numerosos aspavientos con las manos.
El camarero me despertó de mis cavilaciones al arrojarme, literalmente, el whiskey sobre la mesa. Tomé un trago. Aquello sabía a rayos. De pronto la puerta del local se abrió y una silueta se recortó sobre su marco. El vapor de la lluvia contra su gabardina le hacía parecer irreal. A partir de ahí, todo fue tan rápido que me cuesta describirlo. No se si fue antes el grito de la mujer o el disparo. Tengo la imagen congelada de la pistola todavía humeante en manos de aquel individuo. Debería estar acostumbrado a este tipo de cosas, a fin de cuentas, soy detective, pero aquel hombre me distrajo de tal manera que tardé en reaccionar. Cuando me di cuenta de lo sucedido salí corriendo detrás del asesino, pero nada más salir a la calle supe que aquel laberinto de callejones me haría imposible cazarle.
Entré de nuevo al local. La escena era dantesca.
(Continuará... esta vez si, prometido!)