sábado, octubre 30, 2010





Sonrisas, muchas sonrisas, que son lo que ahora necesito.


¡Un beso a cambio de sonrisas señores!

martes, octubre 26, 2010


Gigantes de arena escondidos en las profundidades de nuestro yo interno.
Hay tantas cosas que quiero hacer y no me dejan...
¡No puedo agarrarme al vacío!
Pero quizás algún día me comprendas.

jueves, octubre 21, 2010


Clin clin.


El sonido de la campanilla la despertó de su letargo. La tienda estaba en penumbra y fuera caía un aguacero, lo que oscurecía todavía más la escena. Puso la mejor de sus sonrisas y dio las buenas tardes, esperando a que la figura borrosa de la entrada se aventurase a pasar. El hombre no contestó, se limitó a acercarse a una estantería y a hacer que buscaba algo. Ella decidió salir de detrás del mostrador, y se acercó con suavidad al extraño. "¿Desea algo?" El hombre llevaba un traje negro, bastante antiguo y con los puños de la chaqueta apolillados. Su rostro apenas se dejaba entrever bajo la solapa de un sombrero algo anticuado, y en su mano derecha llevaba un bastón sobre el que apoyaba su peso de forma torpe.


"Busco mi reloj"


Una voz fría, casi gutural, como de las profundidades de lo intangible, salió de una boca algo torcida, como en una mueca eterna.


"Es posible que encuentre algo parecido a lo que busca, tengo muchos relojes antiguos, de muñeca, de pared, de bolsillo... estos son muy apreciados entre la gente, con su cadenita..."


"Si, aquí está" masculló el hombre. Y sacó de un cajón un viejo reloj de bolsillo. Era de plata, con una bonita filigrana adornando la aureola, y con un extraño símbolo tallado en su reverso.


"¿Le gusta ese? Recuerdo que se lo compré a una viuda, que vivía en el viejo caserón que se levanta en la colina. La mujer tenía muchas antigüedades, pero sólo me quiso vender este reloj. La verdad que es precioso, es de los más delicados que tengo, tiene un gran trabajo de orfebrería..."


"Este reloj es mío".


Y sin más, se lo metió en el bolsillo de la chaqueta, abrió la puerta de la tienda y salió con una agilidad asombrosa. Ella corrió hacia la entrada, salió a la calle pero no vio nada. La lluvia caía sin tregua y la calle estaba asombrosamente vacía. No había callejones donde esconderse, ni tan siquiera un árbol bajo el que guarecerse. El hombre se había volatilizado. Subió y bajó la calle varias veces, esperando encontrar lógica a lo que le había ocurrido, pero nada.


Entró de nuevo en la tienda. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo.

viernes, octubre 15, 2010

En la cortina hay sombras de un árbol deshojado. Me gustaría coger un pincel y dibujar con pintura su silueta.

Qué idiotas somos a veces, que nos cuesta tanto encontrar algo bonito entre tanta miseria.