Esos paseos por Quintana dos Mortos, la visita a la tienda de comics, un té helado al limón, El final de la Escalera, una cena con champiñones y tortilla, perdernos en Bonaval, bocatas en pizzapolo, un libro, un belugoso, un puzzle, una sonrisa, muchas sonrisas, un abrazo, una eternidad, alegría, sollozos, una conversación en los columpios, el perro y su pelota, idear un fin del mundo, sentir la necesidad de gritar, que el mundo se pare para ti y para mi, que nos conceda unos segundos infinitos mientras de fondo suena Aquella Canción. Y sentir que ya no estamos muertos, como decía Fito, observando la vida pasar pero esta vez sin miedo a derrotas.
Gracias.
lunes, octubre 30, 2006
jueves, octubre 12, 2006
Cuando firmas tu sentencia de muerte decides no volver a caer en ese error. Decides que nunca más volverás a verle y que todo será como cuando el sol nunca se apagaba.
Pero de nuevo caes. De nuevo dejas que el dolor acaricie tu rostro. Alguien dijo una vez que para comprender cuánto le importas a una persona has de basarte en el dolor que le puedes llegar a producir. ¿Qué pasa cuando ese dolor ya no existe? ¿Cuando ves que día tras día llueve tras los cristales sin que las gotas te mojen?Entonces, y sólo entonces, descubres que llevas demasiado tiempo muerto.
Y te llegan voces familiares, amables y tranquilizadoras, pero están demasiado lejos. Una mano que alguien te ofrece y tú rechazas. Y sientes miedo porque empiezas a comprender que ya nada será igual. Te sumerges poco a poco, primero los pies, luego las manos, hasta que pierdes completamente tu punto de apoyo y caes al vacío.
Y en mitad de la caída te arrepientes; te arrepientes de todo y de nada. De no haber dicho lo que sentías, de no haber sido más valiente. De no haber llorado cuando lo necesitabas. Te arrepientes de tu vida, de tus sueños y de las falsas esperanzas. Te arrepientes de no haber sonreído cuando la vida mostraba su peor cara.
Necesitas gritar, pero ya no puedes. Es demasiado tarde, tu cuerpo ya no es tu cuerpo. El viento juega con tus cabellos una última vez, y cierras los ojos guardando para siempre el recuerdo de lo que ya no volverá.
Pero de nuevo caes. De nuevo dejas que el dolor acaricie tu rostro. Alguien dijo una vez que para comprender cuánto le importas a una persona has de basarte en el dolor que le puedes llegar a producir. ¿Qué pasa cuando ese dolor ya no existe? ¿Cuando ves que día tras día llueve tras los cristales sin que las gotas te mojen?Entonces, y sólo entonces, descubres que llevas demasiado tiempo muerto.
Y te llegan voces familiares, amables y tranquilizadoras, pero están demasiado lejos. Una mano que alguien te ofrece y tú rechazas. Y sientes miedo porque empiezas a comprender que ya nada será igual. Te sumerges poco a poco, primero los pies, luego las manos, hasta que pierdes completamente tu punto de apoyo y caes al vacío.
Y en mitad de la caída te arrepientes; te arrepientes de todo y de nada. De no haber dicho lo que sentías, de no haber sido más valiente. De no haber llorado cuando lo necesitabas. Te arrepientes de tu vida, de tus sueños y de las falsas esperanzas. Te arrepientes de no haber sonreído cuando la vida mostraba su peor cara.
Necesitas gritar, pero ya no puedes. Es demasiado tarde, tu cuerpo ya no es tu cuerpo. El viento juega con tus cabellos una última vez, y cierras los ojos guardando para siempre el recuerdo de lo que ya no volverá.