viernes, abril 25, 2008


Esta foto es de mi facultad, del claustro. Siempre en fotografías oficiales se ve la fachada, al otro lado, pero hoy tengo ganas de hablar de lo que han supuesto estar aquí cinco años, dentro de esas paredes. Y es que se acerca la despedida final. Han sido cinco años increíbles, donde todos hemos aprendido a crecer solos.

He aprendido mucho: no sólo de historia, de siglos y siglos de gentes que, unidas, hicieron cosas increíbles. He aprendido de la vida, de mis amigos, de amores imposibles, de tardes en Bonaval al sol, de paseos por la Quintana, de salidas nocturnas, de escapadas en busca de la piedra filosofal de todo arqueólogo, de tardes enteras riéndonos, imaginando, prognosticando... También de días, semanas enclaustrados bajo las paredes de muchas bibliotecas distintas, cada una con su encanto. Luchando juntos por al aprobado, animándonos los unos a los otros y sin perder nunca la sonrisa.


Nunca olvidaré a cada una de las personas que conocí estos cinco años, incluso a aquellos que, ya conociéndolos, me enseñaron nuevas caras día a día. Cinco años y tres pisos distintos, cada uno con su historia. En primero todo eran miedos e ilusiones mezcladas en una tarta de chocolate. En aquella pequeña habitación aprendí a saber echar de menos, y aprendí a saber decir "la vida está para disfrutarla". Elena y Ana fueron mi familia durante un año, recuerdo que muchas veces discutían y se pasaban días sin hablarse. Y yo, la muchacha de la habitación pequeña, llamaba una y otra vez en sus puertas llevando recados para intentar que se perdonasen.
En segundo ya había crecido un poquito más, y por eso quizás me relajé demasiado. Y se notó en Septiembre. El piso estaba genial: enorme, lleno de luz, pero caro. Mis compañeras: Xela, Patri y Abi. Las cosas fueron genial hasta que hacia final de curso se torcieron, y Abi nos mostró su peor cara. Me da pena pensarlo, pero quizás mejor así. Las cosas pasan porque tienen que pasar. Así que en tercero: piso nuevo. Recuerdo que Xela y yo, después de días buscando, lo encontramos casi por casualidad, cuando Patri estaba en un exámen, y la pobre salió corriendo para ir a verlo. Pequeñito, oscuro, pero parece salido de una casita de muñecas, especialmente nuestras habitaciones. Con sus muebles de madera antiguos y ese olor a guardado tan característico de las casas antiguas. Tercero me sirvió para aprender muchas cosas, y sobre todo, para darme cuenta de los errores del pasado. Cuarto fue un año renovador, conocí a mucha gente nueva increíble de la que ahora me siento muy orgullosa y con la que sigo compartiendo sueños. Este último año, Xela se ha ido y Águeda es nuestra nueva compañera, aunque ya era antes nuestra amiga. Lo que más me gusta de ella es que puedes hablar con ella de todo, y muchas veces nos pasamos horas soñando con nuestro futuro jeje.

El caso es que como dice mi padre, "hay que dejar que la Universidad pase por ti, no sólo pasar tú por ella". Y creo poder decir que ha pasado por mi. Ha sido una experiencia increíble, muy gratificante, y me siento muy orgullosa de que todos hayamos llegado a la meta casi a la vez. Algunos quedaron atrás: Tania, Thais, Adrián... pero es que la vida nunca sabes como te va a responder, y a veces tomamos decisiones equivocadas. Lo importante es que ahora sí estén haciendo lo que realmente quieren.


Hoy estoy tristona, y quería haber escrito cosas alegres. Otro día lo intentaré. Pero necesitaba hacer una cosa. Sé que la mayoría no va a leer esto, pero lo diré de todas formas, a ver si el viento se lleva mis palabras hasta vuestros oídos:

Muchas gracias por todo, por haberme hecho estos cinco años tan Grandes (como nosotros decimos), por haberme dibujado sonrisas todos los días y gracias por haberme enseñado cada uno y una de vosotros una parte enorme de la vida.

Gracias.

sábado, abril 05, 2008




En Cultura Contemporánea nos han mandado hacer un trabajo libre, y mi grupo y yo hemos escogido hacerlo sobre Virginia Woolf. Una mujer quizás adelantada a su tiempo, de esa clase de personas que rozan la genialidad con los dedos para después atraparla para siempre entre los hierbajos que crecen en los cementerios.

Y sorteamos los libros. Y a mí me tocó Orlando. Orlando... un ser de ayer y de hoy, alguien que tenía todo por vivir y cayó en lo más hondo. Amaba la soledad, la naturaleza, daba largos paseos en busca de lo que no encontraba entre las lujosas paredes de su mansión victoriana.
Orlando pasaba de la felicidad a la tristeza en los segundos en los que tarda en llegar al suelo la flor del cerezo. Su mayor defecto: ver la muerte y no la vida. Observar una rosa y verla marchitar...

Y siento que yo también observo a veces la vida desde esa perspectiva. No veo la vida, veo la muerte. Veo cosas y sólo puedo pensar en que pronto terminarán, en que llegará un día en que nada sea así, y todo termine. Como las rosas cuando se marchitan.
Hace tiempo conocí a alguien semejante. Un hombre condenado a ver para siempre la muerte en cada grano de arena de la vida. Y pensé que no habría nada más horrible... que no habría condena más terrible para la humanidad que ver su propia derrota.
Porque a fin de cuentas, acabaremos todos en el mismo lugar.