domingo, mayo 24, 2009



Ayer me encontré a Marisa y había perdido su sonrisa.

Marisa es esa niña que todos fuimos algún día, al menos unos segundos de nuestras vidas. No es como los demás niños. Viste siempre con unos zapatos desgastados cuyos cordones, dice ella, quieren escaparse, por eso siempre acaban desabrochándose.

Marisa siempre sonríe, y sin embargo, siempre está sola. Su único amigo es su abuelo, un viejo lobo de mar que se resiste a dejar la gorra de capitán. Es curioso verlos juntos. Siempre caminan igual, con las mismas grandes zancadas. Y con los mismos zapatos desabrochados.
Marisa no tiene padre ni madre. Ella murió al dar a luz, y él, dicen, se volvió loco y un día cogió su maleta y se marchó. Yo le llamaría cobardía. Pero quien sabe. Así que Marisa se quedó sóla con su abuelo.
A diferencia de los niños de su edad, Marisa va a casi cualquier sitio sola. Se pasa el día en la calle, haciendo recados o simplemente tumbada en la hierba del viejo parque junto al muelle, porque dice que le gusta ver llegar a los barcos oxidados que llevan al desguace. Son barcos tristes, dice, y por eso quiere hacerles compañía.
Así que cuando nadie mira, Marisa se introduce en los viejos cascarones rotos y juega a ser pirata por última vez. En todos y cada uno de los barcos. Marisa es única.
Yo creo que Marisa no tiene amigos porque los niños de hoy en día no la comprenden. Ella se tumba horas y horas viendo las nubes, jugando a buscar formas, y eso, para los niños de las videoconsolas es demasiado aburrido. Pero ella no se deja llevar, y le da igual ser diferente a los demás.
Pero ayer, cuando llegué al muelle, la vi sentada en el columpio oxidado, cabizbaja. Me senté a su lado y le pregunté qué le pasaba. Me dijo que un niño le había dicho en la escuela que iban a cerrar la empresa de desguaces, y que por lo tanto, ya no vendrían más viejos barcos a morir al muelle. Le dije que no se preocupara, que todo se arreglaría, pero hasta a mí me sonaban huecas las palabras.
No me quedé tranquila así que fui al puerto a preguntar. Después de varias malas contestaciones me dijeron que quieren construir un centro comercial, de esos con luces, grandes cines, tiendas de ropa y máquinas expendedoras de sonrisas. Pagando, claro. Y no me lo quise creer, no me lo quiero creer.
Pobre Marisa... tendré que encontrarle un nuevo refugio donde jugar a los piratas.

4 comentarios:

TheWriter dijo...

Elegancia mental es lo que tiene Marisa, y van a destruir su hábitat... ¿cómo encontrarle otro en esta enmarañada jungla de acero y dinero?

Don Páramo dijo...

Me ha encantado la historia de Marisa, tú también escribes muy bien. El desenlace muy logrado. Y todo el blog en general, las fotos preciosas, todo muy elegante. Tiene usted muy buen gusto, doña Violet. Me tomo la libertad de enlazarla en mi blog. Un abrazo y hasta pronto

Gobo dijo...

Precioso el texto me ha encantado la parte de : "Viste siempre con unos zapatos desgastados cuyos cordones, dice ella, quieren escaparse, por eso siempre acaban desabrochándose. "
Por momentos parecia un relato corto de un escritor profesional.
La historia me ha gustado mucho, por desgracia pocos niños quedan ya como Marisa que usa su imaginación para jugar y es que creo que entre tele y videojuegos eso se esta perdiendo un poco.

Muchisima suerte buscando el nuevo refugio a Marisa ;)

Paula Cárcamo Villalobos dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.