Miedo. Rabia. Dolor. En los últimos meses he pasado de uno a otro estadio, una y otra vez. Para encontrarme finalmente en un precipicio de vacío ensordecedor.
Así acaba la vida, en el más absoluto silencio.
Y mientras, fuera, la gente sigue riendo, los coches pitan y una mujer arrastra a su hijo al colegio.
A mi que nadie me vuelva a hablar de justicia, eso no existe.
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