miércoles, diciembre 31, 2008



Hoy toca despedida: último día del año y quien más y quien menos siente un pequeño nudo en el estómago, porque parece que se cierra una etapa. La mía se cerró quizás hace unas pocas semanas, una serie de cambios que terminan por modificarlo todo y a la vez nada. Y te quedas como estabas, eso sí, en otro nivel, como cuando juegas al Tetris.

Último día del año y parece que llega el Apocalipsis. No, no exagero, sólo he salido a la calle. La gente anda como nerviosa, el cielo está cubierto de nubes negras y hay esa brisa, casi viento, previo a una tormenta. Y en el aire, sin apenas el frío de otros días, se huele el aroma de la catástrofe. Exageraciones, sí, pero me hace gracia, porque justo hoy el tiempo se ha querido confabular para desatar sus Elementos más intrigantes, esos que te hacen dudar de todo.

Y recapacitando sobre el año que ya termina, sólo decir que me ha gustado. Sin más. No es necesario dar explicaciones, meterse en juicios de valor que no llevan a ningún lado.

Pasároslo bien esta noche, pero sobre todo, mentalizaros (y me incluyo) para que el 2009 sea mucho mejor al anterior. Es tan sencillo como intentar mejorar, mejorarnos nosotros mismos y mejorar las situaciones y lo que ocurre a nuestro alrededor. Está claro que las cosas malas siempre van a estar ahí, esto no es una película con final feliz, pero al menos hay que saber responder con los pies firmes a la tierra a los golpes que nos llevaremos. Feliz año a todos, y gracias por haberme leído durante este año que se acaba ya. Portaros bien ^^, un beso a todos (como el de la foto, mejor incluso, que besar a peluches es demasiado aburrido hehe). Cuidaros bichos.

lunes, diciembre 29, 2008

Ego



Voy a ser egoísta y esta entrada me la voy a dedicar a mí, ya que ayer estuve de cumple y me quiero autoregalar esta canción que, supongo, todos conocereis. Muchas gracias a todos los que os acordasteis de mi ayer, sois los mejores (aunque se que la mayoría no leeis esto, pero dicho queda...).

Que paseis un buen fin de año, aunque espero escribir una última entrada del 2008. Portaros bien, hehe.



A veces las cosas en el mundo pasan tan rápido que la gente se olvida de sentir.

jueves, diciembre 18, 2008


El ser humano me sorprende cada día más. Es increíble la capacidad que tenemos para amoldarnos a situaciones, para cambiar, madurar, transformarnos, crecer, caer y volver a levantarnos. Somos muchos, millones, y cada uno más diferente al anterior. Y sin embargo, a veces, cuando conoces a alguien nuevo, te entra una extraña sensación, como si ya conocieras a esa persona desde siempre. Y sentir eso es, con perdón, la hostia. Supone traspasar fronteras sociales, supone saltarse los cánones de moralidad, romper la barrera que te separa de los extraños y no sentirte rara cuando le abrazas. Te conviertes, de pronto, en musa del surrealismo más mágico. Pocas veces pasa, pero cuando llega ese momento encuentras el sentido a todo. Y da igual lo que te digan, que si te estás precipitando, que a donde vas con tantas confianzas, que si esto, que si lo otro. Ni caso. Envidia. Maldad, llamémosle X. Disfrutad de ese momento, de esa persona. Porque amigos, amigos, de los de verdad, hay poquitos.

Da gusto ver que todavía queda gente que se preocupa por ti.

sábado, diciembre 13, 2008

Todos flaqueamos, todos nos hundimos en algún momento. Y a mí me tocó esta semana, pero no pasa nada, nunca pasa nada. Nunca es más importante que otras cosas, ni menos que otras. Me hundí, y cuando ya estaba llegando al fondo reaccioné. Me di de bruces con la realidad, me estaba convirtiendo en lo que no era, estaba observándolo todo con los ojos de la negatividad, esa misma que te absorbe lentamente. Fue una noche febril, mis ojos secos por demasiado café eran incapaces de cerrarse, y daba vueltas en la cama pensando una y otra vez las mismas cosas, liándolas cada vez más, complicando los cruces de ideas hasta tal punto que exploté. Fue rápido, unas lágrimas, más negras que nunca, pero escasas, ahogadas. Luego, un vértigo tremendo, el mayor vértigo que sentí en mi vida, y escuché la voz de mi conciencia. Al principio tímida, poco a poco se fue haciendo con el espacio que necesitaba para desarrollarse, y me lo dijo claramente: es el momento, o sales ahora o te quedas encerrada en el pozo. Fácil, sencillo, tomar una decisión, acatarla y punto. Y así hice, dejé los pensamientos negativos, mis ojos se empezaron a cerrar y pude contemplar todo de nuevo con esa sonrisa que echaba en falta. Asumí mis propios errores, y lo que es más importante, asumí los errores de los demás. Asumí que nadie es perfecto, y que si ni yo misma lo soy, no puedo exigirle a nadie que lo sea. Después de la lucha, de mi lucha, sólo sentí una cosa: paz. Una paz infinita, sentía que aquel momento nunca se iba a volver a repetir, y quería disfrutarlo al máximo. Sentía mi cuerpo, sentía cómo las nubes negras se alejaban, sentía mi respiración. Sentía.

Esta mañana me levanté con el cuerpo dolorido, tras una noche de fiebre intensa. No he ido a trabajar, en mi último día. No tengo fuerzas porque estoy pillando una gripe que me lleva rondando varios días. Llevo toda la mañana en cama, intentando recuperar fuerzas para ver si esta noche puedo ir a la cena del trabajo, pero lo dudo mucho. Me duele el cuerpo, la cabeza, pero no el alma. Si es que existe, si es que tenemos algo que podríamos llamar espíritu, he de decir que está más fuerte que nunca. Escribo esto a las 12 de la mañana de un viernes cualquiera. Fuera hace sol, y frío. El día está como yo, nos hemos sincronizado, o quizás contagiado. Quien sabe.

lunes, diciembre 08, 2008



Esta es mi sonata preferida del grandioso Ludwig van Beethoven. Cuenta la leyenda que una fría noche de invierno caminaba el compositor por las calles de Bon con un amigo cuando un melodioso piano interrumpió su conversación. Beethoven siguió el sonido que las notas iban dejando en busca de aquel prodigio, hasta que dio con una pequeña y humilde casa. Irrumpió en ella y lo que observó era digno de un cuadro de claroscuros. Un hombre trabajaba en una esquina arreglando unos zapatos, y en un rincón, una muchacha ciega tocaba un viejo piano. La escena estaba iluminada por una vela que danzaba al son de los acordes.

La muchacha explicó que había aprendido aquellas sonatas al escuchar a su vecina tocar el piano, y al saber que era el mismísimo Beethoven el que había entrado en su casa se echó a llorar. El compositor abrió la ventana para iluminar la estancia con la luz de la luna llena, y decidió tocar para la niña. De sus manos salieron improvisadas las que serían las primeras notas de este Claro de Luna lleno de tristeza y soledad.

Esta historia me la contaron cuando era pequeña, quizás mi imaginación o los años hayan podido modificarla, pero la melodía permanece intacta.

Que la disfruten señores.