Gente... coches, ruido, luces... silencio. Recorro la fachada de la casa con la vista, y tomándome mi tiempo, cruzo el umbral de la puerta. Mis ojos tardan en acostumbrarse a la oscuridad, pero empiezo a distinguir muebles apolillados, sábanas... polvo en el aire, que juega con un rayo de sol que se filtra por la persiana rota. Escalofríos. Hace frío de pronto. Como si el tiempo se parase, el reloj de pared observa silencioso la escena. Recorro la estancia y subo las escaleras. Una habitación. En el alfeizar de la ventana asoman varias velas encendidas, medio consumidas ya. Huele a iglesia y a cementerio. A paz. Otra habitación, llena de relojes. En movimiento. Tic tac. Tic tac. Salgo despavorida. Última habitación, oscura. Noto que alguien observa desde una esquina. Otro escalofrío. Bajo de nuevo las escaleras. Salgo de la casa.
Fuera el sol calienta mi cuerpo, mis pequeñas manos aprietan con fuerza el oso de peluche. Ante mis ojos una enorme extensión de prados. Crecen árboles en el horizonte, junto a las montañas. Ya no hay coches, ni gente, ni ruido. Sólo el sonido del viento.
domingo, enero 30, 2011
jueves, enero 20, 2011
Me coges de la mano, el mundo da vueltas y se vuelve borroso. El viento me trae el aroma de tu pelo, de tu sonrisa y tus lágrimas, ya secas en tus mejillas, creando surcos imposibles. Me abrazas, te abrazo. Siento que no estoy sola, que hace tiempo que dejé de estarlo.
La lluvia juega con tu pelo, enredándolo, creando gotitas multicolores que se dispersan con cada movimiento de cabeza. Metes la mano en el bolsillo, sacas una vieja navaja oxidada y me dices que recojamos setas.
Los prados verdes inhundados de semillas, agitadas con el viento y la lluvia, agitadas con nuestra presencia. Remolinos de plumas y pétalos, remolinos de recuerdos y promesas. El río que no baja, sino que sube, pendiente arriba, para estallar en mil pedazos al llegar a la cima de la colina.
Y tú sigues sujetándome de la mano, sintiendo tu calor, el latido de tu corazón en tu muñeca.
La lluvia juega con tu pelo, enredándolo, creando gotitas multicolores que se dispersan con cada movimiento de cabeza. Metes la mano en el bolsillo, sacas una vieja navaja oxidada y me dices que recojamos setas.
Los prados verdes inhundados de semillas, agitadas con el viento y la lluvia, agitadas con nuestra presencia. Remolinos de plumas y pétalos, remolinos de recuerdos y promesas. El río que no baja, sino que sube, pendiente arriba, para estallar en mil pedazos al llegar a la cima de la colina.
Y tú sigues sujetándome de la mano, sintiendo tu calor, el latido de tu corazón en tu muñeca.