Como cada noche se acurrucaba en la última mesa, justo en la esquina desde donde se podía observar todo el local. El ambiente de humo le recordaba con cariño aquellas mañanas de frío invierno, cuando apresuraba el paso para llegar a tiempo a la fábrica. Aquella gris y sucia ciudad también tenía su encanto...
El cigarro temblaba en sus labios descoloridos, como queriendo dibujar un cuadro impresionista en la atmósfera. Un sorbo, dos... el maldito whisky la acabaría matando, sino se mataba ella antes.
Mecía sus cabellos enmarañados y observaba a su alrededor. Un anciano triste y encorvado sujetaba una taza de café entre sus arrugadas manos, como cada noche. La camarera resoplaba tras la barra, mirando su reloj ininterrumpidamente, como queriendo acelerar las agujas con el poder de su mirada. Al fondo un grupo de jóvenes elevaba sus voces por encima del televisor implorando tiempos mejores. Palabras sueltas recogían las cenizas de sus cigarros... Ella los observaba con melancolía, recordando su juventud luchadora... aquellos sí que habían sido buenos tiempos. Junto a ellos un hombre clavaba la mirada en el techo, quizás implorando a un dios olvidadizo de almas puras la redención de sus pecados, quizás contemplando las telarañas que juguetonas se hacían hueco entre los presentes.
Un día más en la vida de tantos seres anónimos. Un día más en su propia vida... vida de desengaños y desamores. Amor... ¿qué era eso?
La lluvia azotaba los cristales. La tregua no había llegado todavía desde aquella mañana, y cada gota se filtraba por su piel buscando llenar las venas oxidadas de tantos años de amargura. Sí, necesitaba salír ahí fuera, notar el agua sacudiendo su delicado cuerpo...
Con un gesto aplacado se despidió de la camarera y del anciano y dirigió sus pasos a la puerta. Con mano temblorosa giró el picaporte y en pocos segundos se vio sumida en un océano de incertidumbre. Las lágrimas se fundían con la lluvia que resvalaba por su cenicienta cara. Cerró los ojos... al fin se sentía viva desde hacía mucho, mucho tiempo. Notaba el frío en el cuerpo, y el contraste de ardor en su corazón. El contacto con la lluvia le recordaba tanto a él... No quería dejar de llorar, no podía dejar de llorar... El dolor era tan grande que su cuerpo temblaba con agudas contracciones, hasta que no pudo más y se desplomó sobre el asfalto.
El coche no la pudo ver hasta que fue demasiado tarde...
1 comentarios:
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