Hoy tengo un nudo en la garganta. Tras días, semanas, meses y años acumulando cosas en la habitación, si un día decides hacer limpieza la tarea, además de ardua, puede ser muy dolorosa.
Tengo dos escritorios en mi habitación, uno nuevo, de esos superfuturistas de la muerte tan grande que te pierdes y que la única manera de evitar su frialdad es colocando algún que otro papel encima, una buena "saqueta" de colores y la colección esa de muñequitos absurdos que te compraste en un rastrillo del frikismo. Lo acompaña una de esas sillas de oficina que te venden como lo más cómodo pero que en el fondo todos sabemos que las queremos por sus rueditas.
El otro escritorio es viejo, mejor decir más antiguo, en madera tallada, con unas patas gruesas que lo hacen sentirse fuerte pese a sus años. Con finas y envolventes curvas para intentar mostrarme su mejor sonrisa. Tuvo su época gloriosa y ahora ha quedado relegado a un segundo plano. O no. Está lleno, LLENO, de tesoros. Acompañado siempre por esa linda silla de mimbre sacada de un cuento de hadas.
Y me pregunto, ¿esto es el progreso?
El caso es que intentando ordenar el escritorio viejo y para sacarle una sonrisa a mi madre (menos mal que le salen fácilmente) me encuentro con auténticas antigüedades. Aquel cuaderno de tapas gruesas en cuya portada aún se puede leer "Diario". Bua. Leerlo es como retroceder en el tiempo, sin duda Michael J. Fox sabe de lo que hablo.
Y esos papeles llenos de garabatos que entonces tenían sentido, con el nombre de algún chico gravado en letras rojas. O el cuaderno de dibujos, llenos de duendes, sueños, magia... Las fotografías de la infancia, las sonrisas verdaderas, los abrazos que ya no volverán.
Aquel tesoro del que yo guardaba la mitad y Ella la otra.
Pequeños relatos escritos con mi mejor letra infantil, bien redondita y gordota, como a mi me gustaba.
Postales, muchas postales de viajes vividos en primera persona o a través de los ojos de otros.
Una tarjeta de un enamorado.
Un pequeño peluche con un ojo descosido, pobre, pero cosérselo quizás significaría robarle su propia historia, su propia vida, sus propias anécdotas.
Cartas, muchas cartas, de viejos amigos, de gente que ya no está, de gente que estando viva ha muerto. Cartas tuyas, cuando me decías que nos comeríamos el mundo.
Y de fondo, mientras, Mad World, de Gary Jules. Qué apropiada...
Y finalmente decido dejarlo todo tal y como estaba.
¿Por qué cambiarlo? ¿Por qué llenar de inmundicias actuales un pedazo de mi vida, de mi pasado?